miércoles, 5 de junio de 2019

La bicicleta: Filosofía de vida sobre ruedas


Entre la broma y lo serio, un tributo a los que pedalean todo el año.

El desarrollo espiritual de un ciclista se puede dividir en tres etapas claramente distinguibles.

I.- El reencuentro.
En la persona se vivencia un grato reencuentro con la bicicleta. Dicen que jamás uno olvida cómo pedalear, por muchos años que pasen desde la última vez. El ciclista novato cursa momentos de leve euforia y gratitud. Lo invade la alegría de utilizar nuevamente un medio de transporte tan sano. El nuevo ciclista percibirá su organismo revigorizado, pese a que su uso de la bicicleta aún no es diario. Ahora es mucho más fácil desplazarse en la vida cotidiana y subir cualquier escalera es pan comido. Ya no está dispuesto a someter su cuerpo al sedentarismo, que ahora para él (ella) no es otra cosa que una jubilación anticipada del cuerpo.

Expresa ante su familia y amigos el placer de utilizar un medio limpio (la bicicleta no implica polución del aire, ni emisión de ruido, ni contaminación visual alguna), es muy rápida en distancias cortas y medias, descongestiona la ciudad (uno más sobre la bicicleta es uno menos en el taco) y es un medio sumamente barato (tanto en costos iniciales como de mantención)

II.- El ciclista duda.
El principiante se agota. Sea por la llegada del invierno o por el fuerte calor del verano, el ciclista iniciado comienza a usar su medio de transporte con menos frecuencia. Recuerda la comodidad de viajar “bajo techo” y a veces considera otorgarle nuevamente algún valor a su permiso de conducir o a su tarjeta bip. Un accidente en el camino, un desafortunado robo o el rumor de una terrible multa por transitar sin casco, desmotivan y atemorizan al ciclista principiante.

El encuentro con la soledad es inevitable: la ciclovía está vacía y ya no se observa en ella ese ánimo festivo que es tan fácil encontrar en época estival.

Sin embargo, recuerda con nostalgia la simplicidad de la bicicleta: sin patentes, sin recorridos, sin pandilleros parquímetros humanos, sin permisos de circulación, ni patente, ni tag, inmune a las alzas del combustible o del pasaje, sin tacos, sin rayones ni malos ratos. Con menos preocupación por cosas irrelevantes, queda más tiempo para enfocarse en lo esencial.

El ciclista dudoso, recuerda con añoranza la independencia de sus traslados, el manejo exacto de sus ritmos. Ya no le gusta dejar su tiempo en manos del azar del tráfico, de la frecuencia del servicio o del suicida del metro. La calle es dura, sin embargo adaptarse a la intemperie es adaptarse a todo, lo que ha terminado fortaleciendo su carácter.

Comienza a aplicar el principio de “pedalear más rápido no implica llegar primero”. Valora la constancia y persistencia, más que los atracones de trabajo o de estudio. Aplica el saber de la bicicleta a su vida cotidiana. Aprendió a apreciar el paisaje, más que la llegada al destino final. Aborrece los vapores pantanosos del metro y extraña el aire a medias limpio -pero por lo menos circulante- de la ciclovía. Así que retoma la bicicleta y vuelve al camino.

III.- El despertar.
Esta es la fase definitiva del desarrollo espiritual sobre ruedas. Luego de las pruebas de fuego ofrecidas por la seducción del auto, la moto o la “comodidad” de la locomoción colectiva; luego de salvar fríos y calores a lo largo de -al menos- 12 meses incansables, el naciente ciclista se reencuentra con la alegría infantil de pedalear. Tal como los niños, a veces se desplaza en bicicleta sin destino alguno, sin dirigirse a ningún lugar específico. El ciclista innova, improvisa, divaga inventando nuevos recorridos, encontrando nuevas calles: Ante sus ojos se abre una nueva ciudad, más grande e interesante que la que conocía.

Comienza a abrirse paso por los trayectos que le permiten el recorrido más fluido, con menos trabas y contratiempos, sin necesidad de apresurar el ritmo sino que manteniendo éste constante y natural. Así como el agua cede ante la pendiente y se desliza sin esfuerzo por la ruta que implique menos oposición, su bicicleta fluye por la ciudad, silenciosamente. Se conduce con atención plena, porque sabe que cualquier distracción desemboca en el error y el accidente.

Su curso es parejo, pausado, sin esfuerzos. Si encuentra un obstáculo, lo evita. Si éste es inevitable, pasará sobre el punto que ofrezca menos dificultad. El carácter del ciclista ha cambiado, ya no fuerza situaciones, no se enfrasca en batallas sin sentido y se enfoca en modificar sus propias acciones y pensamientos antes que intervenir sobre su medio circundante. Compasivo con el peatón y humilde frente al automovilista, está consciente del desagrado que ocasiona al transeúnte y admite con serenidad su debilidad frente a los vehículos motorizados. Sin necesidad de alterar su ánimo o gritar, sus breves sentencias serán implacables frente a un conductor que estacione sobre la ciclovía.

Ya no lo perturban algunos de esos prepotentes ciclistas aficionados que suelen agolparse en la ciclovía entre septiembre y diciembre: simplemente disminuye la velocidad y les cede el paso. Sabe que encontrará al sobresaltado y resoplante “ciclista de verano” en el próximo semáforo, sin necesidad de acelerar la marcha y sabiendo el momento exacto en que la luz verde permitirá que su flujo siga estable, sin detenciones. Lo invade la tranquilidad de saber que la ciclovía quedará vacía nuevamente en marzo, a su entera disposición, cuando los que usan la bicicleta para atacar, competir o adelgazar, entren en su usual hibernación. Entre éstos, uno que otro seguirá recorriendo la ciclovía durante todo el año, demostrando mayor respeto y serenidad con el paso del tiempo.

Así como el vivir, el pedalear es una acción que requiere la mínima resistencia y debe aprovechar al máximo las condiciones naturales que lo favorecen. El ciclista verdadero encuentra en la bicicleta, finalmente, el wu-wei, la acción sin acción, el esfuerzo sin esfuerzo. Estoy seguro que Lao-Tsé pedalearía hasta el final.

Para el ciclista definitivo, la bicicleta es ya una extensión de su cuerpo y una representación de su actitud.

Gabriel Sepúlveda Navarro

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