Los ciclistas mexicanos deben comprender que no están en Europa. Qué molesto es conducir tu automóvil y soportar a uno de estos pretenciosos que entorpecen el tránsito. Las autoridades deberían prohibir que circulen sobre la vía pública.
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Esta visión sobre los ciclistas es 
una constante en el país. En agosto del año pasado, Ángel Verdugo, 
comentarista de Grupo Imagen, expresó al aire su opinión sobre el tema, 
que refleja el sentir de muchos:
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“Voy a hacer una invitación a 
todos los automovilistas conscientes de este Distrito Federal ante lo 
que yo llamo la nueva plaga que está a punto de causar daños severos en 
el Distrito Federal, los señores estos no sólo los que circulan en 
bicicletas propias sino esta plaga que se creen europeos, se creen 
franceses y no señores ustedes no son franceses, son mexicanos, con todo
 lo que ello implica, no están ustedes en Paris, en Champs-Élysées. ¡No 
señores!”.
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El fin de semana pasado se celebró en Oaxaca la quinta 
edición del Congreso Nacional de Ciclismo Urbano. En esta ciudad, como 
en la mayoría del país, los automovilistas quieren exterminar a los 
conductores de biclas. Les arrojan el coche, los insultan: actúan como 
si la vía pública sólo les perteneciera a ellos.
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A pesar de que 
para muchos conductores los ciclistas son equiparables a una plaga de 
cucarachas, estos ciudadanos dan ejemplo de humanismo, utopía y 
responsabilidad.
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¿Quién es una plaga, el solitario conductor de 
una inmensa camioneta ocho cilindros o la ciclista que diariamente 
conduce a su trabajo sin producir contaminación? ¿Quién es un lastre 
para la nación, el ciudadano que se dio por vencido ante la inmunda 
corrupción del sistema o los grupos de ciclistas que cuidaron casillas 
en las elecciones presidenciales?
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La resignación se ha vuelto un 
patrón común entre los mexicanos inconformes con el podrido entorno. El 
silencio como única protesta ante el conductor que se forma en doble 
fila. La solitaria molestia por quien arroja basura a la calle. Seguir 
de frente ante el agente de tránsito extorsionador. Soportar a los 
vecinos que inundan el edificio de excesos sonoros. Taparse la nariz 
ante el viejo microbús que echa tanto humo como un parque industrial.
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He
 escuchado de muchas personas honestas el lugar común: “Yo hago lo que 
me toca”. Esta frase ya saturó mis oídos. Argumentan que ellos son 
responsables: se ganan la vida dignamente, tiran la basura en su lugar, 
pagan a tiempo sus cuentas, no le hacen daño a sus semejantes y votan en
 cada elección.
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En un país donde cualquiera puede escribir tu 
nombre en una pancarta utilizando como tinta tus intestinos, la 
filosofía de “hacer lo que me toca” es más bien un paliativo de las 
buenas conciencias. Lavarse las manos ante la ruina.
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La enseñanza 
contraria la ofrecen los ciclistas mexicanos. No mirar para otro lado 
frente al dolor del prójimo, sino ofrecer una mano por pura humanidad.
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Hay
 iniciativas para recuperar la vía pública secuestrada por la violencia,
 como Chihuahua en Bicicleta o Bicibilizate Michoacán. Algunos grupos de
 ciclistas ofrecen el recurso no renovable de su tiempo para frenar el 
deterioro ambiental, como Bicitekas. El colectivo Camina Haz Ciudad 
rescata banquetas para los peatones. Y esta es sólo una mención 
superficial, hay muchos más proyectos: Insolente, Cletofilia, Bicitlán 
Radio, Paseo de Todos, Muévete en Bici, Bicicleta Blanca…
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La 
mayoría de estos colectivos está integrada por profesionistas que ceden 
su energía para mejorar su entorno. No tienen ese tufo a engaño de 
algunas organizaciones civiles que lucran con la pobreza, evadiendo 
impuestos con vulgares redondeos o lavando la cara de una empresa 
abusiva.
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¿Debemos enjuiciar a los ciclistas por ser unos 
pretenciosos que se sienten europeos? ¿Qué hay de malo en querer 
ciudades donde las calles estén limpias?, ¿En dónde está el error en 
actuar como buenos vecinos?, ¿Es estúpido tener una pizca de 
sensibilidad humana?, ¿Es iluso pintar banquetas, reciclar o convivir en
 un paseo dominical?, ¿Es inútil imaginar poblaciones soleadas, verdes y
 en paz?
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Es claro que a los vividores del erario no les interesa 
mejorar este país, que los legisladores privilegian sus bonos antes que 
ver por los electores y que el Ejército jamás terminará con el 
narcotráfico. Estamos obligados a rascarnos con nuestras propias uñas.
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La
 filosofía de “hago lo que me toca”, de ver pasar los infiernos frente a
 nosotros y no mover un dedo nos mantendrá hundidos. Los ciclistas nos 
enseñan lo opuesto, que sí tenemos el poder de cambiar entornos. Nos 
dicen con actos cómo soñar en plural, materializar utopías, reír en 
colectivo y asumir el control del ser creador que llevamos dentro.
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Cada
 quien es libre de enfrentar a su gusto la hedionda descomposición del 
país. No obstante, es miserable querer exterminar a quien ve por su 
prójimo. Nadie está obligado a pintar banquetas, cuidar ancianos o 
protestar por un fraude electoral, pero por lo menos debe dejar en paz a
 quien sí lo hace. Y eso implica, por principio, no aventar el coche a 
los ciclistas.
Twitter: @juanpabloproal
5 Oct 2012 | Tomado de Proceso 

 
 
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