Esta opinión generalizada no achantaría a las mujeres aficionadas a la bicicleta, que cada vez iban siendo más numerosas. La sorpresa pasó poco a poco a convertirse en costumbre y la popularidad de estos vehículos fue aumentando en el sector femenino, gracias también a la caída de su coste. Y es que la imagen femenina estaba sufriendo un evidente cambio que rompía con las reglas de comportamiento que en aquella época se daban por implantadas casi de manera implícita.
Aunque esa arraigada mentalidad iría desapareciendo, ello llevaría tiempo y los primeros pasos no fueron sencillos para las primeras mujeres ciclistas o amantes de la bicicleta. Pedradas, insultos, agresiones y escándalos asolaban a estas personas. Hasta los sanitarios desaconsejaban esta actividad para el organismo femenino, alegando que podía provocar esterilidad u otros trastornos.
Prejuicios que obtuvieron su mayor auge en la vestimenta de la primera mujer ciclista, que incorporaba vestidos pesados y corsés tan apretados que era difícil no sufrir un desmayo mientras pedaleaban. Esto provocó la aparición de los denominados bloomers, pantalones anchos diseñados por Amelia Bloomer para la mayor comodidad de estas ciclistas que supusieron gran polémica por ser demasiados “pecaminosos”. Así se atrevían a calificarlos los sacerdotes, pero también fueron prohibidos en diferentes establecimientos como colegios o cafeterías. Pero ya nada frenaría un avance de la emancipación femenina que con el paso del tiempo iría en aumento.
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